El tiempo dirá quien quedó atrás (Alicante, Plaza de Toros, 15.06.2023)

 

“Watching the River Flow”. Los músicos alargan la introducción durante varios minutos, parecen buscar el sonido en el que como el río de la canción todo fluya. Dylan, invisible tras el piano de cola, canta por fin los primeros versos, pero la música tapa su voz, los hace inaudibles. What’s  the matter with me / I don’t have much to say. Es un buen comienzo, aunque en esa primera canción, solo en esa, no se le oiga bien. ¿Qué tiene que decirnos Bob Dylan a estas alturas, con ochenta y dos años, docenas de discos, cientos de canciones, miles de conciertos? Hay quien piensa que su época ya pasó, que verle subido a un escenario no tiene sentido, que nada aporta sino decrepitud. Que esa cómoda escena de café bar en la que se ha instalado carece de interés, y que su último disco es soporífero. Con Dylan no hay consenso posible, nunca lo hubo. Siempre hay alguien que le llama Judas, como en 1966 en Manchester. Pero Dylan, sin traicionar a sus fieles, sin traicionarse de ese modo también a sí mismo, no sería quien es. Desde sus inicios eligió ese camino en que no se siente obligado por lo que los demás esperan de él y su música se libera de la aburrida fidelidad a lo creado el día anterior. Dylan pasa página siempre. Sus canciones a las once de la noche son otras distintas a como eran a las seis de la tarde. Ayer no existe. Sin ese poderoso instinto que le empuja a no respetar ataduras su obra no existiría, nunca habría visto la luz “Blonde on Blonde”, no habría alumbrado discos sorprendentes y desconcertantes tantas veces, admirados algunos en su tiempo y otros denostados para brillar décadas después. Diríase que a cada paso que da Dylan aumenta la cifra de descontentos, de quienes se borran o anotan otra decepción más en su cuenta personal. Dylan, en esta gira, la primera en mucho tiempo que tiene nombre propio, “Rough and Rowdy Ways Tour”, no ha hecho amigos, ha desencantado a muchos, y sin embargo nos ha llenado de felicidad a otros que, sumados de uno en uno, somos legión.

“Rough and Rowdy Ways” es, pues, el centro sobre el que gravita cada concierto. Un álbum extraordinario, no apto para todos los públicos, en el que se adivina un epitafio y una reflexión personal que abarca una vida entera. Canciones crepusculares en las que nos invita a entrar por una puerta estrecha tras la que se abre un territorio sin confines. Escucharle en la noche todavía primaveral de Alicante cuando canta “I Contain Multitudes” es perderse en el infinito, en las visiones de quien ha caminado todos los caminos. Resultaba difícil aventurar que canciones tan recientes y con un espacio musical tan definido pudieran transformarse en un escenario, pero sabíamos que también eso sucedería, y sucedió. Los cambios hacían emerger paisajes diferentes, a veces de modo tan sutil que solo lo sentías cuando la canción terminaba y buscabas la complicidad callada de quien estaba a tu lado en ese momento mágico, tal vez irrepetible. “False Prophet” alzaba el vuelo en la voz traviesa del Dylan octogenario y se alejaba de los surcos de vinilo que la contienen en nuestras casas, y “Crossing the Rubicon” trascendía su mensaje y viajaba en el sonido de media docena de músicos guiados por fuerzas misteriosas.

Dylan, en esta gira, ha abandonado su posición esquinada, ha sustituido la irrelevancia del órgano en el que durante años se apoyaba, y erigido en el centro indisimulado de su propio universo se levanta desde el piano, establece su verdad. Algo, no poco, ha cambiado en los últimos tiempos. Aquella voz ronca que buscaba refugio en la oscuridad del recitado es solo un recuerdo. Dylan recita cuando quiere, y cuando quiere canta, se apropia de la melodía, recupera los fraseos. Se divierte, se le ve feliz. Habla con nosotros, no mucho, suficiente, no hemos venido a que nos cuente otras cosas que las que cuentan sus canciones. Las que él quiere cantar. No está para complacer a quienes quieren escuchar una vez más “Like a Rolling Stone”, convertirle en una marioneta de ventrílocuo. Dylan siempre manda. Él tiene el poder y la gloria y un repertorio inabarcable en el que ninguna canción tiene el privilegio de ser imprescindible. Fue un lujo verle regresar a “Most Likely You Go Your Way (And I’ll Go Mine)”, saltarina y vigorosa en una noche que se presentaba a priori con tintes melancólicos; reescribir “I’ll Be Your Baby Tonight”, llevándola de la dulzura del piano al frenesí de las guitarras; revisitar “Gotta Serve Somebody”, piedra miliar de una trilogía, la cristiana, con la que en la década de los ochenta traicionó a ese numeroso grupo de fieles inmovilistas, incapaces de darse cuenta de que los tiempos estaban cambiando de nuevo. Tanto han cambiado ya, que escuchar “To Be Alone with You” en la plaza de toros fue sentir la herida de los años, la cicatriz suave, un paréntesis antes de encontrar de nuevo el presente en “Key West (Philosopher Pirate)” y en su cadencia hipnótica el lugar donde la inmortalidad es posible. La inmersión inesperada en el cancionero de Van Morrison, “Into the Mystic”, momento de comunión con los dioses, atisbo de Caledonia en la voz de Dylan, fue un arrebato místico que resurgió en el cierre de la velada, la misteriosa “Every Grain of Sand”, en la que el universo se encierra en cada verso.

Bob Dylan, urgido siempre a borrar sus huellas del mismo modo que el viento las barre en la arena, desdeñando caminos que él mismo ha señalado, hace de la traición a sí mismo la única manera posible de seguir vivo, renovado en cada canción y en cada noche, mientras busca todavía hoy el momento en que creará su obra maestra, la definitiva. Quizá por eso en los últimos años no suele faltar “When I Paint My Masterpiece”. Por eso tal vez sonó tan viva, tan llena de color y de fuerza, como nunca antes se la habíamos escuchado. I opened my heart to the world and the world came in. Son versos de “False Prophet”. El tiempo dirá quién tenía razón, quién quedó atrás. Él, impasible, sigue su camino y no le importa si ya no es el tuyo. En la arena de las plazas de toros, en los auditorios, en los jardines. No le verás en los estadios. Lo suyo es arte, es vida.

 (Crónica inicialmente publicada en Dirty Rock Magazine)


La Gramola de Bob Dylan

 

Bob Dylan escribió en 1965 Tarántula, un experimento de prosa poética en forma de flujo de conciencia. En el año 2004 se publicó Crónicas. Volumen I, narración autobiográfica centrada en solo tres años de su vida y carrera artística. Del primero dijo que no tenía la intención de escribirlo como tal libro; del segundo, que se le fue de las manos la redacción de notas para la reedición de tres de sus discos. Sus dos obras publicadas no le habrían servido para merecer el Nobel de literatura. Fueron sus canciones, los más de seis centenares que había escrito, las que le valieron en 2016 el galardón por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición de la canción americana. Eso dijeron los académicos. Ahora Dylan cierra el círculo publicando un libro, Filosofía de la canción moderna, que habla de canciones, las canciones de otros. Lo ha ido escribiendo a lo largo de más de diez años, en las pausas de su gira interminable, la conocida como Never Ending Tour, que le lleva por todo el mundo, cerca de tu casa también alguna vez. Dylan deleita en sus páginas como solo un gran escritor puede hacer. Cuando comenta las canciones escuchas su propia voz, la del poeta, la del narrador, y asistes con él a una inesperada lección de Historia y a una reflexión distante sobre el mundo contemporáneo.

Este libro puede no gustarte. No está escrito con la intención de que te guste. Puede que no compartas su planteamiento. Este libro te engaña desde el título. Mirando el índice intuyes que tu concepto de canción moderna no es el mismo que el suyo. Empiezas a leerlo y te cuestionas qué tiene que ver la filosofía con todo esto. Creías que ibas a encontrar la clave secreta para descifrar las canciones y te sientes decepcionado. Dylan te la ha jugado una vez más y no sé de qué te extrañas, lleva haciéndolo desde siempre, puede ser que tú ni siquiera hubieras nacido cuando él empezó este juego. Este libro no está hecho para que te quites el sombrero y sin embargo deberías hacerlo. Es más, si no tienes sombreros en tu armario deberías salir ya a comprar uno para poder descubrirte una vez más ante el Maestro. Aunque Dylan sea un pozo de conocimiento del que no se ve el fondo, este es el libro de un Nobel de literatura, no el de un crítico musical, no el de un musicólogo. Hay que disfrutarlo así. No busques ciencia, no busques fórmulas ni recetas. Dylan está hablando del mundo tal como lo conoce, de cómo era y cómo es. Está hablando de sí mismo fingiendo que habla de otros. En realidad no finge, eso a él no le importa. Está viviendo en las vidas de otros y en las canciones de otros, porque las suyas no le sirven para encontrar la verdad. Sus canciones dejaron de ser suyas, escapan de él cada vez que las graba o las interpreta de un modo distinto. Las escribe y las canta y desde ese momento pasan a ser nuestras. Nos llevan a algún lugar. Este libro habla de canciones ajenas que le hablan a él, que son suyas precisamente porque las escribieron otros. Puede que para ti no signifiquen nada. Para él son importantes. Esas canciones, lo que dicen, o lo que le dicen, ocupan un lugar en su vida y en su visión del mundo. Si te importa Dylan, y creo que así es porque estás leyendo esto que escribo, entonces estas canciones y este libro deberían importarte también.

Cuatro de cada diez canciones seleccionadas están fechadas en los años 50, y una mínima parte sobrepasan la década de los 60. Incluso de estas últimas, la fecha es puramente circunstancial en la mayoría. ¿Se puede llamar “modernas” a canciones que superan ampliamente el medio siglo de vida? Hay quien cree que no. Todo es relativo. Si el término de comparación es “Chicken Teriyaki” indudablemente no. Si lo son las canciones de marineros del siglo XVIII, la respuesta es otra. Saltemos pues la primera trampa del título y sigamos adelante, en un bosque lleno de árboles ancianos. Dylan se siente a gusto en él. Cuanto más avanzaba en su carrera artística, más se afirmaba en la tierra que pisaba, en la tradición americana. Dylan, como todo buen árbol, ha hecho frondosa su copa hundiendo sus raíces en lo profundo. Este libro es historia de los Estados Unidos. En sus páginas hay un tratado de amor y de respeto a su cultura y a sus contradicciones. Dylan, en la gira británica de 1966, exhibía una enorme bandera de las barras y estrellas en el escenario. ¡Esto es música americana!, se le oyó gritar. Ha pasado mucha agua bajo el puente, y en la memoria del trovador hay imágenes de la vieja América que nunca se borrarán. Esa vieja América en la que él se crio, que entonces era nueva, y en la que se desarrollaba un nuevo lenguaje. Auabap-alubap-auap-bambum. Little Richard. “Tutti Frutti”. Un lenguaje musical desconocido, que grita cosas sin sentido aparente, y que escribe historias en las que el significado se retuerce. Little Richard es el maestro del doble sentido, dice Dylan, y se pregunta si Elvis sabía que esa canción hablaba de lo que hablaba: todas las frutas, hombres, mujeres, travestis, en el banquete del sexo. Dylan, a lo largo de este libro, nos va a narrar a su manera lo que dicen las canciones que ha elegido. A veces nos va a ayudar a encontrar su sentido, su historia. En “Come On-A My House”, de Rosemary Clooney, nos invita a distinguir entre lo que va a suceder y lo que podría suceder, nos descubre una canción ominosa disfrazada de éxito pop despreocupado. Otras veces se va a ir Dylan mucho más allá, va a tomar unos pocos versos y construir con ellos un relato de varias páginas. Tal vez su imaginación vaya más lejos de lo que el autor de la canción pretendía, pero, ya sabes, no importa de dónde viene una canción sino a dónde te lleva. Dylan disfruta con esas relecturas y se le nota. Cuando nos habla de “El Paso”, que Marty Robbins escribió y grabó en 1959, se sumerge en el arte de encontrar significados, lecturas distintas. Esta es la balada de un alma atormentada, nos dice, esta es una canción de post-resurrección y sobrevuela tu cabeza. Dylan revisita el argumento y lo lleva a donde a él le lleva, y te advierte que cualquier aproximación es válida: uno puede ver la canción como el tierno lamento de un vaquero errante que muere por una bailarina a la que apenas conoce, o no. Una canción siempre está abierta, es algo que desde antiguo nos ha enseñado. En “Gypsies, Tramps & Thieves”, de Cher, se da a recrear la vida de los feriantes y a señalar lo que hay detrás, y su acercamiento a “Midnight Rider”, de los Allman Brothers, supone una prodigiosa reinvención del jinete nocturno a partir de nada. Creación pura.

De la mano de Dylan vemos la América de los drugstores y de las ciudades, la de los vagabundos y los inadaptados, la de los neones y la de los espacios abiertos, la de las pistas de baile y la de los cines. La América con un revolver al cinto, y la de los zapatos de gamuza azul. Si no sabes la importancia de los zapatos, él te lo explicará, a cuenta de la canción de Carl Perkins. Veremos también la sombra de Vietnam y la América que en los sesenta soñó otra América. Es un fresco que se compone de pequeñas piezas, diseminadas aquí y allá. Solo tienes que juntarlas. Dylan nunca te lo pone fácil, nunca te invita a seguirle, pero sonríe sin que lo veas cuando sabe que estás ahí, que no te has ido. A veces Dylan rebusca en el cancionero europeo. Da la impresión de que se obliga. Pasa por alto a los Rolling Stones, a los Beatles, a los Kinks. Curioso para alguien que ha declarado rotundamente que los de Jagger y Richards son la mejor banda de la historia. Aflora el desapego hacia el cuarteto de Liverpool cuando los cita como banda sonora de las niñatas y colegialas, histeria de quinceañeras que está fuera de lugar en el Londres de The Clash, de quienes se detiene en su inevitable “London Calling”. ¿Acaso el viejo Bob que confraternizó con los Beatles no es ya el mismo? Sin duda. El viejo Bob no es Bobby Dylan nunca más. Le echa una mirada a “My Generation” y nos lee el reverso de la canción de The Who, lo que no dice Pete Townshend, que todos despotricamos de la generación anterior pero sabemos que solo es cuestión de tiempo que nos convirtamos en ellos. Suena a condescendencia, inevitablemente. La vieja Europa es un patio de colegio para él. Chicos majos los Clash. Pero Stephane Grappelli palidece si lo pones al lado de Louis Armstrong. Lo menciona de pasada hablando de cine norteamericano cuando comenta “Saturday Night at the Movies”, de The Drifters. Europa además es babélica, habla lenguas extrañas. Al menos resulta gracioso escuchar una canción en un idioma que no entiendes. Tiene un efecto liberador. Eso le sucede con “Volare (Nel blue, dipinto di blu)”, pero indaga en la letra y nos apunta que puede que esta sea una de las primeras canciones psicodélicas, anticipándose a “White Rabbit” de Jefferson Airplane. Dylan seguramente ignora que toda una generación en España crecimos sin entender lo que él decía en sus letras. Eso que le pasaba a él con la canción de Domenico Modugno nos pasaba a nosotros con las suyas. Reconforta reconocernos en lo que cuenta.

Este es un libro a contracorriente y sus protagonistas a menudo lo son también. Sinatra fue contra el mundo cuando grabó “Strangers in the Night” en 1966 y con ella hizo frente a la invasión británica. Hoy eso no habría sucedido, se queja Dylan, todo está estratificado, cada canción tiene su nicho. Nuestro mundo es estrecho y en las plataformas musicales alguien decide por ti lo que quieres escuchar. Como Dylan es capaz de hablar de lo que se proponga, lo ilustra con la falsa historia de los lemmings suicidas, con ocasión de comentar “Waist Deep in the Big Muddy”, grabada por Pete Seeger en 1967. Ir contra todo es arriesgado, la industria siempre gana, y pone el ejemplo de Elvis Presley, enterrado en vida en Las Vegas y cantando precisamente eso, “Viva Las Vegas”. Dylan ha vivido mucho y no solo porque los ochenta años ya los cumplió. Por eso, este libro es también enseñanza. La guerra actual no es la primera, nos lo recuerda, entre la erudición y el discurso, con “War”, de Edwin Starr, y en todas las guerras los vencedores escriben la historia. Dylan está del lado de los perdedores. John Trudell, indio de la tribu santee dakota, autor de “Doesn’t Hurt Anymore”, es uno de ellos. Su vida fue trágica, su canción te arrancará el corazón. Dylan te explica que la razón de su música es que transmite una antigua sabiduría. Bobby Darin es otro perdedor. Realmente es un no triunfador, pero en la cultura estadounidense ambas cosas son equivalentes. Enternece cómo lo recuerda Dylan, cómo lo opone a Sinatra. “Mack the Knife” es la canción que los une. La interpretación de Darin es tan buena como la mejor, pero el mundo solo podía admitir a un Sinatra, nadie podía seguir su camino. Los perdedores están por todas partes en las canciones de este libro, y los marginados, y los que voluntariamente se sitúan al margen de la sociedad. Están en “Willy the Wandering, the Gipsy and Me”, de Billy Joe Shaver, una canción que Dylan define como un acertijo, que resulta más extraña cuanto más entras en ella; en “Jesse James”, de Harry McClintock; en “Pancho and Lefty”, escrita por Townes van Zandt, que le sirve para apuntar que escribir canciones se basa en buena medida en reducir los pensamientos a su esencia. Perdedor es también el protagonista de “Detroit City”, escrita por Danny Dill y Mel Tillis, y cantada por Bobby Bare, con cuya propia historia personal podría identificarse. Dylan reflexiona: “¿Qué nos lleva a pensar, cuando una canción entra en modo narrativo, que de pronto el cantante nos está contando la verdad?”

Este libro habla de eso, de algo misterioso que encierran las canciones. Filosofía, según reza el título. O lo que hace que una canción te atrape al paso, e incluso se quede a vivir contigo. “Your Cheatin’ Heart”, de Hank Williams. Para Dylan, la simplicidad de esta canción es la clave, no como hoy en día, en que todo va lleno, es recargado, sofisticado en exceso. Eso y el modo en que la canta Hank, no dejándose arrastrar por la banda. En “It’s All in the Game”, cantada por Tommy Edwards, encuentra la clave en los arreglos, que hacen que puedas bailarla lenta o como un swing. La paradoja es que en los años 50 no se acreditaba a los arreglistas, no sabemos quiénes son. Hoy ya no se hacen arreglos así, en los que nada estorba, advierte Dylan. Escribir una canción no es escribir, es, valga la obviedad, escribir una canción. No puedes hacerlo como si escribieras una novela o una carta. La canción tiene sus licencias. “Keep My Skillet Good and Greasy”, de Uncle Dave Macon, es el ejemplo para el que Dylan se remonta hasta 1924. Esa canción funciona porque repite la palabra time. Nadie habla así, es la diferencia entre hablar y cantar. Dylan nos hace notar que no decimos a nadie cosas como “ven aquí, aquí, aquí”, pero sí lo podemos cantar. ¿Qué podemos decir de “Blue Moon”, de su magia? Su atractivo, según Dylan, está en su misterio, en su melodía salida de ninguna parte, en el modo en que un objeto inanimado, la luna, cobra en ella vida propia. La sencillez de la letra la hace universal, aunque Dylan elige la versión de Dean Martin. Se filtra su devoción por Dino, el libertino adorable, el seductor borrachín. A Dylan, cuando habla de algunos cantantes, de algunos músicos, se le transparenta su aprecio. Por los Grateful Dead, de los que comenta “Truckin’”, es pasión. Para él no son una banda de rock al uso, son una orquesta de baile. Los conoció bien, compartió con ellos una gira que marcó su carrera. Tras ella vino la gira interminable, el Never Ending Tour, décadas en la carretera. En este libro no escasean las canciones que hacen de la carretera su asunto: la propia “Truckin’”, una canción que transcurre en la misma calle de muchas ciudades; “On the Road Again”, de Willie Nelson, un retrato del músico en marcha; la ya citada “Keep My Skillet Good and Greasy”, de la que señala que es una guía espiritual y hará las veces de intérprete en tierras extrañas.

Dylan encuentra pepitas de oro donde nosotros no las habríamos visto. “I’ve Always Been Crazy”, de Waylon Jennings, le sirve para teorizar sobre la canción como terapia: si tienes una historia sórdida que contar, es mejor que la compartas con el público. Tiene un hambre insaciable de historias y te paga por oírlas. ¿Para qué pagar a un psicoanalista entonces? Tal vez algunas veces el público no entienda el mensaje, pero Dylan nos recuerda al hablar de “Don’t Let Me Be Misunderstood”, en versión de Nina Simone, que las canciones y el arte en general no buscan ser comprendidos. No se gana nada entendiendo la sonrisa de la Mona Lisa, dice. El último capítulo de los 66 lo dedica a “Where or When”, compuesta por Rodgers y Hart, y finaliza con estas palabras: “La música trasciende el tiempo al vivir en él, al igual que la reencarnación nos permite trascender la vida al revivirla una y otra vez”. Este es un libro para leer despacio, se lleva muy mal con las prisas. Necesitas saborearlo, reposarlo, tener el lápiz a mano, escuchar las canciones, leer las letras. Si lo lees deprisa no encontrarás su alma, creerás que es un fraude. Pero su autor ha sembrado en él docenas de pistas para que averigües por ti mismo qué es lo que él llama la “filosofía” de las canciones. Modernas o no, eso es lo de menos. Y tampoco importa demasiado si no consigues averiguarlo: Bob Dylan ha narrado a su manera varias docenas de historias que otros escribieron para sus propias canciones, y al hacerlo ha escrito páginas admirables. Como Walt Whitman, Dylan contiene multitudes, y su legado no deja de crecer.

(Publicado originalmente en el Diario INFORMACIÓN de Alicante, el día 29/01/2023)






Bob Is Eighty (Tertulia dirigida por Joserra Rodrigo)

Joserra Rodrigo, escritor y divulgador musical, convoca a los escritores y periodistas Luis Lapuente, Miguel López, Mikel Muñoz y Juan J. Vicedo, para comentar la buena salud artística de Bob Dylan, con ocasión de su cumpleaños, y con especial atención a su último disco "Rough & Rowdy Ways".

El encuentro aparece dividido en capítulos temáticos para hacer más cómodo el acceso al mismo.

INTRO
Si no puedes verlo, pincha aquí https://youtu.be/93QMJdUgzas

ROUGH AND ROWDY WAYS
Si no lo ves, pincha aquí https://youtu.be/dVbf29x7whI

KEY WEST
Si no lo ves, pincha https://youtu.be/_1VJYVujQMM

TRADICIÓN AMERICANA
Si no lo ves, pincha https://youtu.be/B83YuI7ExlE

DYLAN OTRA VEZ
Si no lo ves, pincha aquí https://youtu.be/proqY8o0vRo

EL MUSEO DE TULSA
Si no lo ves, pincha el enlacehttps://youtu.be/AadTmLHZ4vc

CROSSING THE RUBICON
Si no lo ves, pincha https://youtu.be/s8LF_u4TcAo

QUÉ QUEDA POR REIVINDICAR
Si no lo ves pincha el enlace https://youtu.be/xh8vHJGS5wc

PARÉNTESIS EN EL NEVER ENDING TOUR
Si no lo ves pincha https://youtu.be/yGcL59ifr6o

TIEMPO DE PANDEMIA
Si no ves, pincha https://youtu.be/drQeEq0cj3w



Springtime in New York (Bootleg Series Vol. 16)


The bootleg series vol. 16 Springtime in New York. Bob Dylan disco reseña review
The bootleg series vol. 16 Springtime in New York. Bob Dylan disco reseña review

No tiene fin Bob Dylan, como el firmamento, y en él siempre queda una estrella que nunca habías visto, un planeta escondido, una galaxia entera oculta tras el polvo estelar. Ha llegado a finales de septiembre Springtime en New York, la decimosexta entrega de las Bootleg Series, sus colecciones de descartes, tomas alternativas o conciertos de hace décadas. Llega en otoño, pues, y más de treinta años después la primavera neoyorquina, centrada en los meses de abril y mayo de 1983, cuando grabó el álbum Infidels. La deslumbrante compilación contiene grabaciones datadas entre 1980 y 1985, un período en el que Dylan desconcertó a sus seguidores con sus canciones de alabanzas al Señor, salió de su etapa cristiana modernizando su sonido en Infidels y lo tiró todo por la borda al intentar sin éxito sumarse a la más trivial música ochentera en Empire Burlesque, un disco que es como echarle gaseosa a un buen vino. El paso del tiempo ha permitido una mejor perspectiva de aquella época, y el período cristiano, tan denostado en su momento, adquirió el merecido reconocimiento y los laureles definitivos llegaron con la publicación en 2017 de The Bootleg Series Vol. 13: Trouble No More (1979-81). De Infidels se intuía que siendo un buen disco pudo haber sido mucho mejor, porque ya en 1991 The Bootleg Series Vols.1-3 (Rare & Unreleased 1961-1991) avanzó que existían joyas desconocidas, entre ellas la impresionante “Blind Willie McTell”. Sin embargo Empire Burlesque seguía arrumbado en su condición de experimento fallido. Hasta ahora.

Una de las virtudes de esta colección, en su formato de caja de 5 CD, es precisamente descubrir que Empire Burlesque pudo haber sido lo que no fue, un excelente disco. Dylan grabó una lista de canciones que son exactamente lo que en su día adivinábamos tras los aborrecibles arreglos: grandes canciones que se echaron a perder cuando reclutó al productor Arthur Baker con el expreso encargo de que las acercara al sonido imperante en los años 80. En las notas de esta edición Baker confirma lo que ya se contaba en el libro Crónicas vol.1, que fue él quien le pidió una canción acústica para cerrar el disco, y explica por qué: ante todo era un fan suyo y el trabajo que había hecho para él suponía traicionarle, necesitaba al menos un vislumbre del verdadero Dylan. Eso fue “Dark Eyes”, un aliento de autenticidad en un disco de plástico barato. Por eso, descubrir qué había en el origen compensa la espera: los premios principales son poder escuchar “I Remember You” y “Emotionally Yours” con una hondura que los almibarados retoques le hicieron perder; asistir a la gestación de “Tight Connection to Your Heart” desde descartes de “Someone’s Got a Hold in My Heart”; dejarse arrasar por la torrencial “New Danville Girl”, que no encontró su sitio y se reencarnó un año después en “Brownsville Girl”; y debatirse sobre cuál de las dos versiones de “When the Night Comes Falling from the Sky”, la lenta o la rápida, hubiera sido la preferida para sustituir a la insustancial toma que se alojó en Empire Burlesque.

Decía que esta es una de las virtudes de Springtime en New York, no la única. ¡Qué decir de las canciones descartadas de Infidels! Ya sabíamos que era un crimen que “Blind Willie McTell” se hubiera quedado en el camino, pero admitíamos una explicación porque la versión acústica que conocimos en 1991 encajaba difícilmente con el tono del disco. Pero hoy, escuchando limpia y lustrosa la versión eléctrica que había circulado ya en copias pirata, nada justifica que fuera sustituida por “Union Sundown”. La impresión de que el resultado del disco habría mejorado con otras canciones excluidas se refuerza con nuevas versiones de “Tell Me” y “Lord Protect My Child”, distintas a las dadas a conocer en The Bootleg Series Vols.1-3 (Rare & Unreleased 1961-1991), pero sobre todo con la descomunal “Too Late”, una canción de la que es imposible desengancharse en cualquiera de las dos tomas que se ofrecen y que en solo dos días se transformó en “Foot of Pride”, igualmente descartada, que aquí aparece en una versión deslumbrante. ¿Alguien quiere más de las sesiones de Infidels? Lo hay, por ejemplo dos tomas bellísimas de “Don’t Fall Apart on Me Tonight”, planteamientos luminosos de “I and I” y “Neighborhood Bully”, que suena más simpática que militante, sin dejar de serlo, o un “Jokerman” a medio vestir, más dylaniano. Y “Death Is Not the End”, que nació aquí con aromas de gospel antes de acabar años después en el álbum Down in the Groove.

Sigamos. Shot of Love es el menos cristiano de la trilogía que conforma con Slow Train Coming y Saved y el que tuvo una producción más errática. Ambas cosas quedan de relieve con los cortes incluidos en Springtime en New York, en el que versiones alternativas muy apreciables de “Angelina” y “Lenny Bruce” comparten espacio con un buen número de descartes dignos de disfrutar, entre ellos “Borrowed Time” o la inacabada “Don’t Ever Take Yourself Away”, con aires caribeños que vienen desde Desire. Otro Shot of Love, en definitiva, habría sido posible, ni mejor ni peor. Dylan tomó un camino y unas opciones, y ahora conocemos otras, muy disfrutables. La caja se completa con grabaciones de alta calidad de los ensayos en los estudios Rundown, en Santa Mónica, que dan la oportunidad de saborear la complicidad de los músicos, el sentido de la improvisación. Salvo un par de cortes, “Señor”, del entonces reciente Street Legal, y “To Ramona”, regreso a su etapa inicial, el resto son abordajes de canciones ajenas, destinadas a los conciertos de la gira inminente, incluyendo reinterpretaciones más que peculiares (“Fever” o “Sweet Caroline”).

Abunda Springtime en New York en canciones nunca publicadas oficialmente y en escogidas versiones alternativas, escapando así de la abrumadora repetición que ha caracterizado a otros volúmenes de la serie, como es el caso de The Bootleg Series Vol.12: The Cuttin’ Edge (1965-1966) o The Bootleg Series Vol.14: More Blood, More Tracks. Pero sobre todo ofrece una visión diferente al plantear la posibilidad de que algunos álbumes del período 1981-1985 pudieron haberse alejado mucho de lo que finalmente fueron. En este sentido Springtime in New York aporta mucho más que, por ejemplo, los volúmenes 10 (Another Self Portrait) y 13 (Travelin’ Thru 1967-69), o que el destacable esfuerzo arqueológico de The Bootleg Series Vol.11: The Basement Tapes Complete, que derrochan riqueza pero sin separarse sustancialmente de las obras de referencia. Dylan, ya lo sabemos, contiene multitudes, y cualquier regreso a las infinitas partes de su pasado todavía por descubrir es motivo de gozo. Él sigue adelante, como siempre, y ya anuncia su próxima gira, presentando su disco de 2020, Rough and Rowdy Ways, que arrancará en Milwaukee el próximo 2 de noviembre.

 (Publicado en Dirty Rock Magazine, el día 30 de septiembre de 2021)

¿Por qué celebramos el cumpleaños de Bob Dylan?

 

El cumpleaños de Bob Dylan no es una efeméride en los diarios o en los cierres de los informativos de televisión. Es algo más. Sus fieles se han movilizado por todo el mundo para festejarle, como se pueda, que este año se puede poco; pero si algo no le falta a esa gente es imaginación y resistencia a la fatiga, aunque sea fatiga pandémica. A poco que uno rasque encontrará iniciativas por todas partes, algunas cerca de casa, otras lejos. ¿Por qué todo esto? ¿Por qué la manía de celebrar el cumpleaños de este hombre cuando es posible que te preocupes mucho menos de celebrar el tuyo? Quizá la respuesta, si es que existe alguna, esté en el viento, y en el hecho de que nadie como él ha sido capaz de representar una época, de viajar por la cronología de nuestra memoria y por la geografía de un mundo en el que las fronteras iban cayendo. Vivas donde vivas, algún día Dylan cantará en tu ciudad, solíamos decir. Si otros músicos hacen giras mundiales cada cierto tiempo, él está de gira ininterrumpida desde 1989, el "Never Ending Tour". En los descansos graba nuevos discos. Su arsenal de canciones escapa a toda medida, y todavía hay muchas más, escondidas en cofres secretos, grandiosos descartes que por alguna razón no encontraron su sitio y quedaron atrás y van saliendo en cuentagotas, año tras año. Centenares de canciones, docenas de ellas memorables. Hasta no hace mucho le gustaba cambiar el repertorio cada noche, podía hacerlo. No todos pueden. Así, sin prisas, sin urgencias, fue tocando con dedos invisibles nuestras almas. Nos dijo, cuando apenas era un veinteañero, que los tiempos estaban cambiando, y tenía razón. Tres años después le dio por cambiar la historia de la música, enchufó a la red eléctrica su guitarra y le llamaron traidor. Judas, por más señas. Pero a él no le importó, nunca le ha importado lo que los demás digan o piensen. Bebió de todas las fuentes musicales y en los años en que abrazó la fe cristiana se negó a cantar canciones que no hablaran de Dios. Le volvieron a llamar traidor, pero esos tres discos impregnados de religión en cada surco están entre lo más grande que ha hecho. Todos los que le negaron alguna vez volvieron a él. Se equivocó algunas veces, pero tarde o temprano acaban gustándonos hasta sus errores.

Dylan siempre nos salva. En nuestros malos momentos, en los días grises, nos da cobijo en la tormenta. Cuando estábamos encerrados en nuestras casas, en marzo del año pasado, nos regaló una nueva canción, no cualquier canción. Duraba casi diecisiete minutos. En abril llegó otra, que empezaba con versos que decían: hoy y mañana, y también ayer / están muriendo las flores como todo muere. Precisamente en esos días los hospitales y las morgues estaban llenas. Dylan había visto el presente cuando solo era futuro. En sus canciones el tiempo es flexible, puedes vivir el pasado antes de que suceda y olvidar el porvenir. Cuando era joven era más viejo que ahora que tiene ochenta años. Ha alcanzado una estatura mítica y lo sabe. “Contengo multitudes” dice, equiparándose al gran poeta americano, Walt Whitman. “Nací en el lado equivocado de las vías de tren, como Kerouac, Corso y Ginsberg”, canta, hermanándose con los escritores de la generación beat cuyos libros leyó cuando nadie le conocía, cantante folk en bares del Village neoyorquino. Ese chico judío hoy es Nobel de literatura: se lo dieron, lo agradeció y no fue a recogerlo. Nadie esperaba que fuera, hicimos chistes sobre ello. Eso también nos gusta, que es libre, que no le atan los honores, ni los busca. Nada le encadena, ni siquiera sus propias canciones. Cada vez que las canta son distintas, pasan los años y no significan lo mismo, pero siguen siendo hermosas, torrenciales, inalcanzables. Y aunque las han cantado multitud de artistas renombrados, nadie las canta como él.

Dylan, que nunca se detiene en su peregrinar, sin embargo ha dado señales en el último año de empezar a percibir su alargada sombra. Ha mirado atrás, se ha visto a sí mismo recorriendo todos los caminos. Su último disco, “Rough and Rowdy Ways”, [caminos ásperos y ruidosos], es quizá el más personal de todos. “Estoy volviendo lentamente a casa”, se confiesa en una de las canciones, “Mother of Muses”. Dylan reconoce su edad, sabe que más temprano que tarde llamará a las puertas del Cielo. Pudiera esta última colección de canciones ser su testamento, el que nunca había escrito. Seguramente volverá a la carretera, no puede dejar de hacerlo, pero cuando él no esté habrá llegado el fin de una época. En esa larga canción que nos regaló hace poco más de un año, “Murder Most Foul”, nos recuerda que el asesinato de Kennedy sucedió ante los ojos de todos. Ese fue el principio: todo sucede desde entonces al mismo tiempo que lo vemos, la llegada del hombre a la Luna, Vietnam, el último muerto en el Himalaya.

Esa época que vio a los Beatles y enterró imperios llega a su fin, con él, con nosotros. El intento de unir alta y baja cultura, esa mancha en manteles blancos que supuso su Nobel, quedará olvidado. Música, literatura, cine, todas las artes sucumbirán al mandato del entretenimiento y el negocio. Las masas anularán a los individuos, y décadas de transformación silenciosa de las costumbres quedarán sepultadas por escombreras de vulgaridad. Quizá por eso, mientras él siga cumpliendo años y escribiendo canciones, podemos sentir el lento fogonazo de tantas cosas que vienen sucediendo desde que dejó su Minnesota natal. Mientras haya un cumpleaños de Bob Dylan que celebrar, seguirá siendo buen momento para recordar ese viaje que hemos hecho por la vida y en el que él siempre nos ha acompañado.

Publicado originalmente en el Diario INFORMACIÓN de Alicante (23/5/21)

En Come Writers and Critics

"Escuchando a Dylan" no ha pasado desapercibido para los gestores de la base de datos de bibliografía dylanita "Come Writers and Critics", donde aparece consignada con el comentario:

 A disc-by-disc study of the Dylan LPs up to TEMPEST



En La Vanguardia

Seis años después de su publicación, "Escuchando a Dylan" sigue siendo libro destacado en el catálogo de Círculo Rojo. Lo dicen en el periódico La Vanguardia.



Cita en "Imposible vivir así", de Miguel López

23 noviembre, 2016

En la 2ª edición, revisada y aumentada, del imprescindible "Imposible vivir así" (Sílex, 2016), el libro dedicado por Miguel López al concierto y película "The Last Waltz", su autor cita una frase del capítulo que dediqué a "John Wesley Harding":

Como escribe Juan Vicedo, "hay un eslabón perdido en el sótano de Big Pink que explicaría la transición de BLONDE ON BLONDE a JOHN WESLEY HARDING".


Pues claro que sí (Diario INFORMACIÓN)

14 octubre, 2016

Rogelio Fenoll recomienda a quienes discrepan del Nobel de Literatura que se lean "Escuchando a Dylan":

"Lean por favor al alicantino Juan J. Vicedo, autor de Escuchando a Dylan, el primer libro en español que desgrana todas sus canciones, unas 500, y comprobarán por qué leer a Dylan es escuchar un montón de imágenes"

Pincha la imagen y amplía para poder leer el texto completo

Dylan y el cambio de guardia (Diario INFORMACION)

14 octubre, 2016

Sobre el Nobel de literatura, en el Diario Información de Alicante

(Pincha y amplía la imagen para leer el texto)

En Efeeme

7 julio, 2015

Eduardo Izquierdo, en su crónica del concierto del 6 de julio para Efeeme

"Waitin' for you", "Pay in blood", "Tangled up in blue" y la cover de Sinatra "Full moon and empty arms" cierran la primera parte del concierto antes de un innecesario receso de ¡veinte minutos! Juan José Vicedo, autor del fantástico "Escuchando a Dylan", me envía un mensaje sabedor de mi "alergia" hacia el sinatrazo: "¿No te has emocionado con "Full moon"?"


Felicitación del escritor y crítico musical Jordi Sierra i Fabra.

13 marzo, 2015. Jordi Sierra i Fabra, vía e-mail


He tardado en escribir esto porque, amén de viajar, quería contrastar y/o recordar mis propias apreciaciones sobre Mr. Dylan. La verdad es que el tuyo es un magnifico trabajo que engorda la ya enorme literatura que hemos vertido entre todos sobre este chico de Duluth. Me alegra tenerlo ya en mi biblioteca. Es un trabajo valioso, exhaustivo, personal y por supuesto documentado. Has de estar feliz y orgulloso de él.


Jordi Sierra i Fabra es escritor. Ha publicado numerosas obras sobre la música rock, entre ellas varios libros sobre Bob Dylan. Su nombre estuvo vinculado a revistas legendarias como "Disco Exprés" y "Popular 1".

Felicitación del escritor y crítico musical Miguel López

20 enero,2015. Miguel López, vía facebook.


Es un trabajo muy personal, canción a canción, que es un estilo que me gusta mucho. Las referencias biográficas o la información sobre los músicos se desgranan con mucha fluidez y es sencillo leerlo, porque está muy bien escrito. Se nota, al mismo tiempo, qué te encanta y qué te decepciona en cada momento, con una sinceridad que el lector agradece. Muchas felicidades por esta contribución.

Miguel López es periodista y ha publicado los libros "Viaje a Caledonia", sobre Van Morrison, e "Imposible vivir así", sobre The Band y The Last Waltz.

Felicitación de Jorge Ortega, codirector de Ruta 66

12 enero, 2015, vía e-mail. Jorge Ortega, director de Ruta 66

Muchas gracias, lo he disfrutado mucho estas navidades.

Felicitación del editor Ángel Lenoir

Ángel Lenoir, de Lenoir Libros, Barcelona.
Creo que es un libro que interesa a los dylanitas, ya que tienen que saber de su obra para apreciar su contenido. A mí, particularmente, me ha ido muy bien, ya que he podido refrescar algunos álbumes y temas que poco los había puesto, la verdad (siempre se va a lo seguro). Es un libro de fondo que conviene tener en una librería. Mi modesta opinión es que sí, que ha valido la pena.

En el Diario "INFORMACIÓN" de Alicante

Domingo 3 agosto, 2014.
Abriendo las páginas de Cultura del Diario "Información" de Alicante, aparece un reportaje sobre "Escuchando a Dylan". El periodista Rogelio Fenoll describe el libro como un "viaje literario" por la obra de Bob Dylan.



Botas de piel española

En la presentación del 24 de mayo en Avilés, Eduardo Herrero y Mar Blanco interpretaron a dúo una maravillosa versión de "Boots of Spanish leather".
 Previamente Roddy Hart y Gordon Turner habían cantado "Girl from the North Country". Una muestra de cómo sin abandonar una misma melodía Dylan nos regaló dos canciones memorables.




Así empezó la presentación de Avilés





Roddy Hart dedicó al artífice del evento, Béznar Arias, una de las canciones preferidas de éste: Girl from the North Country

Noticia en TVA (Televisión de Asturias)

Felicitación del músico Toli Morilla

Toli Morilla, autor del impagable disco "Diez cantares de Bob Dylan n'asturianu", me lo ha hecho llegar con esta cariñosa felicitación por la publicación de "Escuchando a Dylan"

Comentario del periodista y músico Eduardo Herrero

"Una ventana a lo que las canciones del maestro pellizcan en el alma de cada uno".
Este comentario apareció vía facebook de "En casa del herrero", banda de Eduardo Herrero, músico y periodista de TVG (Televisión de Galicia)



La Nueva España, diario de Asturias, se hace eco

24 mayo, 2014, el día en que Bob cumplía 73 años. Para todos los que compartimos en la terraza del Plazas Bar esa hora de música y diálogo fue una etapa más del viaje emocional que supone escuchar a Dylan.

Avilés Ciudad Dylanita 2014. Roddy Hart & Gordon Turner, Plazas Bar 02



Mini-concierto acústico en la presentación de "Escuchando a Dylan": "Mississippi".

Presentación en AVILÉS CIUDAD DYLANITA 2014


Sábado 24 mayo, cumpleaños de Bob Dylan. 
Se presentó el libro "Escuchando a Dylan" con un mini-concierto acústico a cargo de
 RODDY HART,  acompañado por GORDON TURNER (guitarrista de The Lonesome Fire)y el músico español EDUARDO HERRERO. El coloquio con todos ellos estuvo dirigido por Álvaro Lozano.
 Un ambiente excepcional en una ciudad que cada año rinde homenaje a Dylan durante tres días.




Ruta 66 (nº315, mayo 2014)

Publicada una elogiosa reseña en la prestigiosa revista musical Ruta 66, en su número de mayo:

Tres formas hay de enfrentarse  a este libro. La primera de ellas es pretendiendo encontrar alguna cosa que no se haya dicho todavía en la abasta bibliografía que hace referencia al músico de Duluth. Los que opten por ella ya pueden abstenerse, porque poco descubrirán en el volumen escrito por Vicedo, abogado y profesor universitario.

La segunda es tomarse el libro como un refresco a la carrera, y ojo que llega hasta la actualidad, del judío errante. En eso se cumple con creces y, desde luego, sirve a la perfección para recuperar algunos discos que probablemente podías tener olvidados

Finalmente, la tercera vía es la de la introducción. Aquellos que nunca se han acercado al bardo (sic) y que deseen hacerlo con una guía, tienen ahora una oportunidad de oro para, a partir de pequeños capítulos, ir descubriendo la extensísima discografía de un músico que debería ser asignatura obligatoria en las encuestas de todo el mundo.


Así que escojan su camino y disfruten de un libro en el que se huele el cariño y la admiración hacia el icónico rockero gruñón.




Rockdelux, nº328, mayo 2014

En la veterana revista musical ROCKDELUX se publica una reseña de "Escuchando a Dylan", en la que entre otras cosas se puede leer:

El autor se exhibe como fan, embarcándose, sin afán enciclopédico ni necesidad de sentar cátedra, en esa travesía. Los textos son impecables y divulgativos. No le habría sentado mal un poco más de ambición, aún así si algo bueno tiene este "Escuchando a Dylan" es que funciona como manual portátil de la obra del músico y enciclopedia abreviada de urgencia.


Comentario de Eduardo Izquierdo (aka Edu Chinaski)

Marzo, 2014. Eduardo Izquierdo, a través de su blog Los hijos bastardos de Eduardo Chinasky

Escuchando a Dylan – Juan J. Vicedo (214 páginas). Buen libro para recordar algunas cosas sobre su dylanísima. También para aquellos que aún no se han iniciado en la “religión”. El autor transmite un montón de sensaciones personales que fluyen cuando escucha cada uno de los discos del bardo en una lectura amena y ligera.


Eduardo Izquierdo Cabrera (Barcelona, 1975) es músico y periodista.
 Redactor habitual de la revista Ruta 66, es responsable de su sección de noticias. 
También es redactor de la revistas Mondosonoro y EFE EME, y lo ha sido de las revistas Desolation Post, Supernovapop y ha codirigido el portal de rock SonicWaveMagazine, además del programa radiofónico Sentido Común. 
Está considerado uno de los grandes especialistas del país en la figura de Bob Dylan.



8 abril, 2014. Mi comentario en el blog hijosdechinasky en respuesta a su post

Os aseguro que he disfrutado escribiéndolo, quizá porque suponía enfrentarme a cada canción y dejar que -como muy bien apunta Edu- fluyeran las sensaciones. De junio a septiembre de 2012, todas las tardes de ese verano... las chicharras, las puestas de sol y Bob. Nunca me planteé hacer una obra docta. Me alegra que otros podáis disfrutar el libro de ese mismo modo. 

Un poco más al Norte

¡¡"Escuchando a Dylan" en Suecia!!



En la Europa del Norte

Abril, 2014. Navegando por la red me encuentro "Escuchando a Dylan" en Alemania


Dylan y cervezas trapenses

28 marzo, 2014. De todo hubo en Jesuitas: dylanitas de distinto grado, aspirantes a serlo y una cata de cervezas que puso el broche. Una más que interesante combinación cultural.






Presentación en los Jesuitas de Alicante

Volvemos al Colegio, con la Asociación de Antiguos Alumnos, que presenta ·Escuchando a Dylan" como arranque de su nueva programación cultural. Gracias a Máximo Caturla -Presidente- y a Victoria Tur -Secretario General-. La Asociación destinará lo recaudado a la acción social en África subsahariana.



ESCUCHANDO A DYLAN. Nuestro compañero Juan J. Vicedo (Prom.78-79) presenta su libro sobre la obra de Bob Dylan el próximo viernes 28 de marzo a las 20’00 horas en la Sala Borja del Colegio, reimpreso especialmente para la Asociación de Antiguos Alumnos tras agotar en pocos meses su primera edición.
De “Escuchando a Dylan”, que ha llegado a mercados tan distantes entre sí como México, Argentina o Francia y se presentará en mayo en el festival anual de Avilés, se ha dicho:
  • Lo novedoso del libro es que es absolutamente subjetivo y te cuenta como ve a Dylan. Su perspectiva es excelente, ya que es dylanesco de casta
  • Más que una guía para la escucha: una piedra miliar sobre la obra y la peripecia de Dylan
  • Un texto que aúna erudición y pasión
  • Asume el riesgo de dar muchos datos sin aburrir y lo logra creando un hilo conductor que se convierte en argumento de novela
  • Sencillamente encantador, cuando empiezas a leer te llama a seguir haciéndolo hasta el final
La reseña editorial nos señala su interés: Es sobre todo la visión personal de quien lleva oyendo los discos de Dylan toda una vida y, con lenguaje a medio camino entre lo coloquial y lo literario, escribe sobre algo que le gusta y quiere compartir. Quien ya lo sepa todo o casi todo sobre Dylan no necesita este libro, pero es casi seguro que disfrutará leyéndolo; quien sea consciente de que todavía le quedan cosas por descubrir, aquí tiene un mapa que le ayudará a encontrarlas.